sábado, 13 de agosto de 2011

Fly



    Fría noche de otoño, en la cual las nubes cubrían el oscuro cielo, tan solo iluminado por la tenue luz procedente de la luna, que lucía grande , esbelta y resplandeciente.
    Fría noche de otoño, en la cual la niña quería soñar y elevarse cada vez más alto, dejarse rozar por la claridad limpia que iluminaba su cuerpo, mecerse entre las nubes y gozar con la sensación de poder inmenso que sentía, al verse dueña por un instante de la inmensidad del universo.
    Su cuerpo se dejaba acariciar por la brillante luz que brotaba del satélite de la tierra e inundaba sus sueños… Disfrutó con el tacto de un rayo de luna, mientras se columpiaba tranquilamente en el jardín de su casa, oyendo el sonido de la naturaleza... Una pareja de golondrinas cantaban alegremente en su porche, como cada día al caer la noche.  La pequeña había disfrutado de un largo baño en la piscina aquella tarde . El ambiente olía a zumo de naranja… y en el aire flotaba un ligero aroma embriagador.  Quiso aspirar ese olor a dulces hiervas de Holanda. Deseó flotar junto a él… y entonces sintió que se elevaba… cerró los ojos, y de repente supo que ya no estaba en el jardín de su casa columpiándose junto a la piscina…
    Algo la atraía hacia el cielo azul. La luz bañaba su cuerpo, ya seco y reluciente… Su corazón latía a una velocidad vertiginosa, como si de un momento a otro fuese a salirse por su boca. Emociones diversas surgían de su ser, vapores de calor, temblores de placer, sensación de vértigo, miedo, inseguridad, morbo… Ganas de llegar hasta el final, alcanzar la luna…Tocar el cielo. Acariciar el infinito y sentirse parte de algo... un átomo perdido en la inmensidad, la mínima parte de un todo, el pequeño comienzo de alguna cosa. Su respiración era cada vez más agitada y profunda. Su cerebro cada vez trabajaba a más intensidad, apreciando cada detalle sensorial que ocurría a su alrededor y en su interior.
    Fría noche en la cual la niña ya no tuvo frío, ni miedo, ni tristeza, ni soledad... no necesitaba a nadie con quien jugar, pues tenía el poder de sentirse libre y satisfecha con lo poco que el mundo le aportaba. Por ello,  se dejó mecer por esa fuerza invisible. Cerró fuertemente los ojos, e intentó guardar aquel instante en su mente… Un segundo de felicidad que se hizo eterno en algún lugar de su subconsciente, y la niña creció feliz, preguntándose que hubo ocurrido con  aquel cúmulo de sensaciones efímeras que la elevaron al cielo, y que, ojalá, nunca la hubiesen dejado caer...

Foto: Manuel Barca
Modelo: Wendy Bernal
Texto: Wendilla D. Bernal  Rodrigues

No hay comentarios:

Publicar un comentario